20100331

En la habitación tono sepia.

Las flores que había recogido yacían marchitas en su mano. Las mejillas, alguna vez sonrosadas de juventud, estaban ahora pálidas y llenas de surcos. Las sombras irregulares de su cara se desfiguraban a ratos por la llama de la vela que reinaba en un costado de la habitación.
Ella estaba recostada en la cama, como hace días.
Después del paseo que tuvo que dar, buscando las medicinas de su esposa, las flores ya no revivirían ni aunque las pusiera en agua. Les miró con lástima. El café de los humildes pétalos combinaba con la habitación de tonos sepia, y con la bolsa de papel en su otra mano.
Intentó alzar la mano para mostrarle las flores (hace tanto enferma), pensó en decir algo. Ella no levantaría la cabeza. Se remojó los labios y movió la lengua inquieta dentro de la boca. No salió más que un murmullo de la anciana cavidad.
Salió del umbral de la puerta y avanzó hasta el velador al lado de la cama (donde ella yacía)
Dejó la bolsa de papel en el mueble, dando la espalda al catre. Las flores las dejó al lado del florero, donde otras más marchitas ya pacían.
Cerró los ojos y aguantó. Esperó oir algún ruido. Bajó los brazos desanimado, apretó los puños varias veces, juntando fuerzas y se volteó.
Ahí pálida, los ojos cerrados, tez como la cera, yacía inerte, inmóvil para siempre, la que eternamente sería su amada.

1 comentario:

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