20100318

Carmín.

Carmín sólo sentía el frío y reía. Sentía sus brazos húmedos y se revolcaba en la  viscosidad con ojos alegres mirando el cielo. La sangre teñía su ropa y ella no lo notaba. PAtaleaba como si tuviese 10 años y estuviese en una piscina gigante. Agitaba sus brazos tratando de avanzar de espaldas, pero sólo lograba revolver más la masa que le rodeaba. Reía, sus carcajadas reumbaban con un eco terrorífico en la inmensidad del lugar. Las paredes blancas y el altísimo techo, asimilando una caja, no hicieron más que observarla, impasibles. 

Cuando la puerta se abrió, con un chirrido infernal magnificado mil veces, Carmín abrió sus ojos, los abrió realmente, y como saliendo de un sueño, las viscosidades diéronle asco. Miró en torno, olvidando ya la fuente del sonido que habría de despertarla.

Miles de vísceras le rodeaban, una pieza inmensa, llena de órganos varios. A Carmín le resultó de repente todo borroso, no sabía porqué su entorno le resultaba a ratos ondulante. Miró sus manos y su ropa (una bata blanca) manchados a más no poder de un tinte rojo enfermizo. LA impresión de todo ya no le dejaba espacio en la cabeza.
Profirió un alarido de muerte, y lo último que vió antes de desmayarse, fueron las vellosidades de unos largos brazos que se le acercaban,  erizarse por la agudeza de su aullido.

Le inyectaron para que siguiera durmiendo.

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