Sus dedos, arrugados por el sumergimiento tan prolongado, componían una hermosa y épica historia. Cada surco, con su pertinente recorrido, daba misteriosas vueltas, ahondaba en ciertos momentos y en otros casi desaparecía al aliarse con otro camino similar. Algunos, incluso, llegaban un poco más allá, decorando la mano con historias de hadas, elfos y duendes, propios de una niña de su edad.
Cabellos negros, ojos marrón, la tez pálida y casi violacea... su menudo cuerpo descansando... los labios, delgados y rojos casi superpuestos en su rostro por quizás 8 años... la mirada inocente perdida en el espacio, como si las primeras luces de la primavera hubiesen retrocedido para dar paso al invierno y así remitir pero no apagarse jamás...
¿Angustia? no. Luego de 5 años en la policía dejas de ver en cada víctima a tu esposa o a tus hijos. A los 10, niñas como Alicia, tiradas al río por unos drogadictos en busca de dinero, dejan de ser siquiera humanas, pasan a ser cuerpos lodosos, sangrientos, abiertos desde sus entrañas para contarle al mundo sus más tristes secretos, su realidad ( que claramente ya dejó de importarte hace unos años).
Ella es sólo un cuerpo más, a nadie le importa a que edad perdió su primer diente...
a que edad comenzó a caminar,
a que edad dijo su primera palabra...
Y luego de que en el mismo incidente matasen a la mayor parte de su familia, a nadie le importa ya que mi niña haya muerto.